"Este sabio internauta ha estudiado cómo en ciertos regímenes totalitarios, como el chino, Internet se ha utilizado y se utiliza para generar rumores de naturaleza personal, adulterios, por ejemplo, que pueden conducir a una persona a una situación insostenible, o de orden político, como señalar a simpatizantes de la causa tibetana para dejarlos luego en manos de una masa justiciera.
Y en España... Ay, España. Suelo mirar, entre los blogs que visito, el de un joven amigo. Lo recomendaría, pero, en este caso, no puedo decir el nombre. El blog de mi amigo está lleno de fotos sensibles y comentarios conmovedores de los dos universos entre los que tiene repartido el corazón: Nueva York y un pueblo de Cataluña. Cuando llegaron las navidades de hace tres años, este bloguero escribió un comentario irónico sobre cómo vivía de niño la víspera de Reyes en su pueblo; siendo como es hijo de personas humildes, recordaba haber percibido la manera sutil en que se relegaba a los críos de familias menos ricas. Algo así.
El caso es que como internautas somos hoy (casi) todos, su texto llegó a ojos de un paisano que lo entendió como un ataque a las sagradas tradiciones vernáculas y lo puso en circulación para que otros irrumpieran en el blog y escribieran comentarios vejatorios. La cosa no quedó ahí: cuando llegaron las fiestas del pueblo, los mozos, que habitualmente comercializan una camiseta con una frase alusiva a un acontecimiento significativo que haya ocurrido durante el año, estamparon el nombre de mi amigo junto a un adjetivo: "Maricón". No hace falta describir la tremenda angustia de los padres y la ansiedad con la que mi amigo vivió este cruel episodio estando al otro lado del océano.
Como siempre, los cafres consiguieron que la víctima se sintiera culpable por haber disgustado a quien más quería, su familia. Fuimos los amigos los que le hicimos interpretar este desagradable episodio como una muestra de nuestro pecado más lamentable, la envidia, que siempre se expresó en las barras de los bares, pero que en nuestros días se ve magnificada por el ciberespacio.
Envidia contra el muchacho de origen humilde que consigue una beca, deja el pueblo y se larga, que no le tiene miedo a poner tierra por medio, a estar solo en otra ciudad y labrarse un futuro con esfuerzo y entusiasmo. El episodio le hizo madurar, pero a qué precio.
(ELVIRA LINDO: Violencia digital. El País, Domingo, 24/01/2010, p. 19)
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