"La sombra del Generalísimo se cernía aún larga sobre España cuando en 1977, en las aldeas del otro lado del pantano de Negueira de Muñiz (Lugo), un grupo de jóvenes probó a vivir ajeno al sistema. Sin leyes, sin corsés morales, sin propiedad privada, sin jefes. Repartiendo amor a mansalva sin mirar demasiado a quién; en verano sin ropa, siempre sin condón y en comunión con la naturaleza.
Si se les pregunta a ellos ahora, la mayoría rechaza la palabra hippy, aunque reconocen que llegaron allí para hacer el amor y no la guerra y para compartirlo todo con todos. No obstante, con el tiempo se generalizaron las enfermedades venéreas ("iba uno al médico a mirarse y ya le extendía recetas para cien"), llegaron algunos que pretendían erigirse en líderes y otros que se apropiaban de las botas de cualquiera. Con el tiempo, además, entraron de lleno las drogas y hubo escisiones entre los que las deseaban y los que las evitaban.
"La experiencia nos fue mostrando que acertamos en algunas cuestiones, pero también que había cosas del sistema que tenían su razón de ser, por la propia naturaleza humana", reconoce 32 años después de su llegada a la aldea de Foxo el escultor Jose Ortiz, que conoció allí a su mujer, la tejedora María José Lois. "Al final tuvimos que ponerle candado hasta a los remos que teníamos para cruzar el pantano. La gente los perdía porque no valoraba los bienes comunes, y yo me pasaba el día tallando otros nuevos". (...)
Silvano, Sergio y Nilo intentaron primero su proyecto cerca de Lugo. Al mismo tiempo, en la ciudad, montaron un bar, el Agarimo, que representó todo un revulsivo cultural para la época. Pero un día, tras una manifestación, colgaron en el local una de las pancartas: Fraga, el pueblo no te traga.
La policía se los llevó detenidos. A Silvano le dieron una paliza. Hubo juicio y el juez, contra todo pronóstico, falló a favor de los jóvenes. Luego, en venganza, llegó la represión. Las autoridades clausuraron el local, y los amigos, después de probar en algún otro lugar, se instalaron en Foxo. La primera casa la alquilaron, y empezó a funcionar el boca a oreja.
Las aldeas y lugares de Vilar, Vilauxín, Ernes, Cancio, Barcela, Escanlar o A Curula, además de Foxo, fueron poco a poco ocupadas por jóvenes de todo tipo. Estudiantes de Santiago, soñadores, artesanos, músicos, ejecutivos desengañados, gallegos, españoles, extranjeros, "desahuciados sociales", "rebotados" de mil historias. "Algunos nos entendieron como un reformatorio abierto y nos mandaban casos imposibles", recuerda Ortiz.
"Llegaban personajes tela, pero todos hallaban hospitalidad. Con el paro de uno podían vivir 30 porque éramos austeros". "Y cuando se acababa el dinero, íbamos un mes a recoger naranja o aceituna", cuenta Xurxo Gómez, hoy capitán del barco de un millonario gallego.
Aunque la mayoría eran veinteañeros, y los pioneros algo mayores, también había chicos de 14 años. Después, aquéllos que llegaron a Negueira para ensayar una sociedad sobre principios nuevos corrieron suertes muy diversas. Negueira llegó a tener la mayor tasa de mortalidad de Galicia pese a la juventud de su población. También, seguramente, la de natalidad.Hubo bastantes suicidios y otros murieron ahogados. Pero otros se convirtieron en eso que la sociedad establecida considera triunfadores. Hay jueces, catedráticos, profesores, funcionarios, ingenieros y un inspector de Hacienda. "Pero muchos aún son capaces de dormir en la hierba y comer cualquier cosa", defiende el escultor." (El País, ed. Galicia, Galicia, 07/02/2010, p. 8)
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