25/1/10

Los pelirrojos no se vuelven invisibles ni a tioros... pobrecillos... no pueden ser espías psíquicos...

"Mi peregrinaje en busca de Ron me llevó hasta Hawai, a una casa situada entre Honolulú y Pearl Harbor en la que vivía el brigada retirado -y ex espía psíquico de las Fuerzas Especiales- Glenn Wheaton. Glenn era un hombretón con cabello rojo abundante pero muy corto y un bigote en forma de manillar característico de los veteranos de Vietnam. Mi plan era hacerle preguntas sobre su época de espía psíquico y luego tocar de refilón el tema de Ron, pero desde el momento en que me senté, la conversación tomó un rumbo totalmente inesperado.

Glenn se inclinó hacia delante en su silla.

"Usted ha ido de la puerta principal a la puerta trasera. ¿Cuántas sillas hay en mi casa?".

Hubo un silencio.

"Seguro que no puede decirme cuántas sillas hay en mi casa", insistió Glenn.

Empecé a mirar en derredor.

"Un supersoldado no tendría que mirar", aseguró. "Lo sabría sin más".

"¿Un supersoldado?", pregunté.

"Un supersoldado", dijo Glenn. Un guerrero Jedi. Él sabría dónde están todas las lámparas y todos los enchufes. La mayoría de las personas son muy poco observadoras. No tienen la menor idea de lo que pasa alrededor de ellas.

"¿Qué es un guerrero Jedi?", quise saber.

"Tiene a uno delante", respondió Glenn.

Me contó que a mediados de los ochenta, las Fuerzas Especiales planificaron un programa secreto, con el nombre en clave de Proyecto Jedi, a fin de crear supersoldados, es decir, soldados con superpoderes. Uno de estos poderes era la facultad de entrar en una habitación y ser consciente al instante de cada detalle; ése era el primer nivel.

"¿Cuál era el nivel inmediatamente superior?", pregunté.

"El segundo", contestó, "la intuición. ¿Es posible desarrollar un sistema para tomar decisiones correctas? Alguien se te acerca corriendo y dice: 'Hay una bifurcación en el camino. ¿Hacia dónde hay que ir, hacia la izquierda o hacia la derecha?'. Y entonces tú haces así -Glenn chascó los dedos- y dices: '¡Vayamos por la derecha!".

"¿Y cuál era el nivel siguiente?", inquirí.

"La invisibilidad", dijo Glenn.

"¿La invisibilidad real?".

"Al principio, sí", respondió Glenn, "pero con el tiempo el objetivo pasó a ser encontrar el modo de no ser vistos".

"¿Y por qué medios?", pregunté.

"Al comprender el vínculo entre observación y realidad, aprendes a danzar con la invisibilidad", me explicó Glenn. "Si nadie te está observando, eres invisible. Sólo existes mientras alguien te vea".

"¿O sea que es algo así como el camuflaje?", dije.

"No", suspiró Glenn.

"¿Y a usted se le daba bien la invisibilidad?".

"Bueno", dijo Glenn, "soy pelirrojo de ojos azules, así que la gente tiende a acordarse de mí, pero me apaño. Sigo vivo".

"¿Qué nivel hay por encima del de la invisibilidad?".

"Pues...", titubeó Glenn. Hizo una pausa y a continuación dijo: "Teníamos a un sargento mayor que podía provocarle un paro cardiaco a una cabra".

Se impuso el silencio. Glenn arqueó una ceja.

"Con sólo...", dije.

"Con sólo desear que el corazón de la cabra se parase", dijo Glenn.

"Eso es un salto considerable", comenté.

"Así es", convino Glenn.

"¿Y de verdad hizo que el corazón de la cabra dejara de latir?", inquirí.

"Sí, al menos una vez", contestó Glenn (...).

"¿Dónde ocurrió eso?", quise saber.

"En Fort Bragg", dijo, "en un sitio llamado Goat Lab, laboratorio de cabras" (...).

Las preguntas se me agolpaban en la mente. Por ejemplo, ¿cómo había empezado todo aquello? ¿Las Fuerzas Especiales simplemente le habían robado la idea al general Stubblebine? No era una teoría descabellada, y encajaba en la cronología que yo estaba comenzando a armar. Tal vez las Fuerzas Especiales habían fingido una fría indiferencia ante el plan de reventar corazones de animales expuesto por el general. (...) ¿O fue una simple casualidad? ¿Estaban las Fuerzas Especiales trabajando ya con las cabras sin que el general Stubblebine lo supiera? Yo tenía la sensación de que la respuesta a esta pregunta podía arrojar algo de luz sobre la mentalidad de los militares americanos." (El País, Domingo, 17/01/2010, p. 21)

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