Es el jefe del servicio de inteligencia de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, y tiene a 16.000 soldados bajo su mando. Controla las secciones de inteligencia de señales, fotográfica y técnica del Ejército, así como sus numerosas unidades encubiertas de contraespionaje y sus unidades secretas de espionaje militar repartidas por todo el mundo. También estaría al cargo de los interrogatorios a los prisioneros de guerra, de no ser porque estamos en 1983 y la guerra que se está librando es fría, no caliente.
Su vista pasa de las condecoraciones a la pared en sí. Hay algo que se considera obligado a hacer, aunque la mera idea lo asusta. Piensa en la decisión que debe tomar. Puede quedarse en su despacho o entrar en el contiguo (...).
Su trabajo consiste en estudiar la información secreta obtenida por sus soldados y comunicar sus conclusiones al subdirector de la CIA y al jefe del Estado Mayor del Ejército, quien a su vez debe transmitirlas a la Casa Blanca. Da órdenes a soldados destinados en Panamá, Japón, Hawai y diversos países de Europa. Dadas sus enormes responsabilidades, él sabe que debería tener a su lado a su hombre de confianza por si algo sale mal durante su viaje al despacho contiguo.
Aun así, no manda llamar a su ayudante, el suboficial mayor George Howell. Ha decidido que esto es algo que debe hacer solo.
"¿Estoy listo?", se pregunta. "Sí, estoy listo".
Se pone de pie, sale de detrás de su escritorio y empieza a caminar.
"Después de todo", piensa, "¿de qué está hecho principalmente el átomo? ¡De espacio vacío!".
Acelera el paso.
"¿De qué estoy yo hecho, sobre todo?", se dice. "¡De átomos!".
Ahora casi está trotando.
"¿De qué está hecha principalmente la pared?", se pregunta. "¡De átomos! Lo único que tengo que hacer es fusionar los espacios. La pared es una ilusión. ¿Qué es el destino? ¿Estoy destinado a quedarme en esta habitación? ¡Ja, de eso nada!".
Entonces el general Stubblebine se da de narices contra la pared de su despacho.
"Maldición", piensa.
El general Stubblebine se siente frustrado por el fracaso de todos sus intentos de atravesar la pared. ¿Qué problema tiene que le impide conseguirlo? Quizá su lista de asuntos pendientes es demasiado larga para alcanzar el grado de concentración necesario. No le cabe la menor duda de que la capacidad de atravesar objetos llegará a ser algún día un arma habitual en el arsenal de los servicios de inteligencia. Y cuando eso ocurra, bueno..., ¿es demasiado ingenuo suponer que nos encontraremos en los albores de un mundo libre de guerras? ¿Quién sería tan gilipollas como para enfrentarse a un ejército capaz de hacer eso? El general Stubblebine, como muchos de sus coetáneos, sigue profundamente afectado por sus recuerdos de Vietnam." (El País, domingo, 17/01/2010, p. 20)
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