"Y mira que pocos nombres son más franceses que René. Pues ni así se preocupó nadie de René Robert, reconocido fotógrafo, que murió congelado después de permanecer durante horas en el suelo en una calle de París, la ciudad del amor, que dicen, aunque al parecer no a los demás. El principal error de René fue no ser un perro. A un perro no se le deja morir en la calle, a un perro le vemos con su carona simpática y no sólo lo recogemos, sino que lo abrigamos, nos lo llevamos a casa y le damos un cuenco de caldo.
La sociedad hoy es así, se preocupa más por un perro que por un hombre, no digamos si el perro es un cachorro, que además colgaremos fotos en las redes sociales, destacando lo simpático que parece, para envidia de todos. René, pobre diablo, caminaba a dos patas y ni siquiera ladraba. Así se pudra. Hace unos meses, de visita a Barcelona, tropecé -casi literalmente- a pleno día con un tipo tirado en una acera del barrio del Raval, junto a ella una silla de ruedas de la que sin duda había caído, si no fuera por el vehículo a tracción animal que tenía a su lado, hubiera pasado por un borracho matinal.
La gente se desviaba para no pisarlo, le echaban un vistazo y seguían su camino, pensando para si que ojalá hubiera sido un perro, así habrían podido socorrerlo. Al ser yo forastero y desconocer las costumbres de la gran ciudad, me atreví a agacharme e incorporarlo, y luego salió un camarero a ayudarme, supongo que hacía poco que había llegado a Barcelona, de ahí su solidaridad, no sé bien si con el paralítico caído o conmigo, que me las veía cuadradas para sentarlo de nuevo en la silla. Porque, además, efectivamente, llevaba una trompa episcopal.
Si en lugar de un desgraciado humano, hubiera sido un perro -ni siquiera de raza, basta con ser un mil leches- igualmente tolido, estaría desde ese día viviendo a cuerpo de rey en un piso de Barcelona , aunque para hacerle un sitio en la familia, hubieran tenido que meter a la abuela en un geriátrico. «Ya no pido a Dios que me permita andar, me conformo con que me mantenga minusválido, pero perro minusválido», pensaría el pobre hombre, en caso de que en su estado etílico le diera por pensar.
Hace poco, una invidente se desorientó en la estación de metro del Paseo de Gracia, también en Barcelona, y no tropezaba la salida. Cada vez más nerviosa, se las tenía con paredes y cristales a palos, sin que nadie le ofreciera ninguna ayuda. No hace muchos años, no había ciego que no tuviera media docena de brazos ayudándole a cruzar la calle.
Esta mujer, en cambio, no tenía ni perro que la ladrara, y allí continuaría todavía, quizás como atracción de turistas, si no fuera por una estudiante -forastera, supongo- que después de preguntarle si estaba en problemas y asentir la ciega, le ayudó a salir de la estación. ¡Con qué rapidez se habrían pegado unos a otros los viajeros, para ser el primero en ayudarla, si hubiera sido un quisso abandonado con dificultades para salir a la calle! ¡Qué mala suerte la de la señora, no por su invidencia sino por no haber nacido ca! Es natural, «ven perrito, ven conmigo, que yo te ayudo a salir», es frase mucho más fácil de pronunciar que «permita que le ayude, señora». Estar solo siendo pobre, viejo o enfermo, es hoy muy duro. Especialmente si eres humano." (Albert Soler, Diari de Girona, 04/02/22)
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