“Empezó bien, muy amable y con esa sonrisa ensayada de los vendedores, pero veías cómo se iba derrumbando a medida que recorríamos el piso”, explica Natalia Cuestas, una joven coruñesa que visitaba con su pareja un inmueble en alquiler y tuvo que calmar al vendedor, que acabó dando patadas a las paredes y exclamando “¡Esto es una cueva!”, entre otros improperios.
Según la agencia inmobiliaria, el piso que el vendedor estaba
enseñando es “una oportunidad”, pero el trabajador, Arnaldo Polo, con
más de 15 años de experiencia y un expediente intachable, “estaba
alterado por circunstancias personales”. Polo insiste en que “yo estoy
perfectamente, lo único que está hecho una mierda es este piso, que creo
que hasta tiene radioactividad”.
Los clientes sospecharon que algo no iba bien cuando el vendedor
empezó a lanzar indirectas como “El baño está al lado de la cocina, como
pueden ustedes oler” o “El piso es todo interior noche, como la
película ‘Alien’”. También hizo referencia al vecindario, “mucho más
tranquilo desde el último suicidio en masa”.
La pareja intentaba ver el
lado positivo de las cosas, invirtiendo la dinámica habitual: “Pero
fíjese, don Arnaldo, que los techos son altos y eso da más sensación de
espacio”, apuntaban los clientes, y el vendedor, tras calcular la altura
con la cinta de medir, aconsejaba encargar “soga de tres metros con
cincuenta y un buen gancho para ahorcarte sin que te toquen los pies al
suelo”.
Finalmente, Arnaldo Polo se arrodilló y, con lágrimas en los ojos,
gritó “Perdón, perdón, perdón, esta es la habitación de los niños”. Y de
la profunda pena pasó a la ira, golpeando los muebles sin dejar de
repetir que se sentía avergonzado porque “nadie merece esto”.
La agencia ha pedido al vendedor que se tome unos días de descanso y
que visite a algún especialista. Los clientes, por su parte, han
decidido quedarse con el piso “porque es una oportunidad”. (El Mundo Today, 05/10/2012)

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