15/5/09

Las crisis, que son cuatro...



"Mi amigo me dijo: "¿Crisis?, ¿cuál de ellas?". Mi amigo me explicó que se sentía afectado por cuatro: la crisis global, la crisis típicamente española, la crisis de la construcción (mi amigo es ejecutivo del ramo) y, para terminar y para colmo, la crisis personal: mi amigo se acaba de divorciar y es víctima de una de esas sentencias en que la justicia estima indispensable que la madre siga disfrutando de un casoplón de 400 metros cuadrados y el marido viva en un pisillo alquilado, pagando, además, la hipoteca de esa casa que en teoría es suya hasta que los niños se independicen. O sea, nunca.

Mi amigo soporta la crisis universal sobre sus hombros, así que, como es un tío práctico, pidió hora en el psicólogo. Por el seguro, se entiende. Le dieron cita para dentro de un mes. Mi amigo soportó el mes de espera a fuerza de lexatines que le pasó un amigo boticario. El boticario es el mejor amigo del hombre en momentos de crisis. Cuando le llegó el día de la cita pasó la tarde en la sala de espera. Tenía 80 pacientes por delante, lo cual concuerda con esas estadísticas que rezan que las visitas por ansiedad y depresión han aumentado en un 15%.

Pero la espera fue de lo más instructiva: charló con una pobre divorciada a la que el marido pasaba una pensión de mierda ("la justicia siempre acierta", pensó mi amigo); habló con un obrero de la construcción en paro y sintió un sudor frío cuando se dio cuenta de que, casi con total seguridad, había sido él mismo el encargado de firmarle el finiquito, y habló con tres pacientes que habían desistido de divorciarse dada su penuria económica. Con trankimazines, actividad física y un poquito de buena voluntad, la falta de amor es más llevadera, le decían. Cuando mi amigo entró en la consulta y vio a aquel hombre impaciente al otro lado de la mesa, fue rápido, por no molestar, y resumió: la crisis global le provocaba una angustia difusa, como lo que sentías de niño cuando pensabas que nos iban a invadir los marcianos; la crisis española le iba directamente al estómago, donde se siente la indignación; la crisis de la construcción le dejaba sin fuerzas, puesto que cada día hacía frente a un despido; en cuanto a la crisis matrimonial, sentía que le había dejado cara de gilipollas.

Cuando salió, tiró la receta a la papelera: "Para qué, teniendo a mi amigo boticario". Entró en un bar y se tomó una caña bien fría. Con el comienzo de la primavera comenzaban a verse al fin las piernas de las mujeres. Piernas y más piernas. Le dio un subidón. Debe ser, pensó, que mis cuatro crisis han borrado la crisis que me correspondía por la edad, la de los 50: "La estoy pasando sin sentir". (El País, Domingo, 10/05/2009, p. 15)

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