11/4/22

Albert Soler: Cuando me enteré de que el responsable del espionaje a Díaz Ayuso era Ángel Carromero, supe que Pablo Casado estaba terminado. Lo estaba Casado, lo estaba García Egea y lo estaba todo aquel que se hubiera aproximado a Carromero, más vale que Almeida ponga las barbas a remojar... Y aún pueden considerarse afortunados que su muerte haya sido sólo política y no, además, biológica. Con Carromero cerca, cualquier desgracia era posible... Carromero se dio a conocer en un viaje a Cuba cuando era un desconocido líder de Nuevas Generaciones, es decir, cuando era un niño pijo destinado a escalar en el PP, así le fue al partido con los niños pijos al frente. Tan hábil era ya en su tierna juventud, que se propuso ayudar al disidente cubano Oswaldo Payà, y poco después de conocerle le liquidó en un accidente de coche. Visto y no visto. Ni los servicios secretos cubanos habrían sido capaces de realizar un trabajo tan limpio

 "Cuando me enteré de que el responsable del espionaje a Díaz Ayuso era Ángel Carromero, supe que Pablo Casado estaba terminado. Lo estaba Casado, lo estaba García Egea y lo estaba todo aquel que se hubiera aproximado a Carromero, y más vale que Almeida ponga las barbas a remojar.

 Eran todos ellos cadáveres políticos, a pesar de que hace un mes todavía no lo supieran y haya tenido que certificarse su fallecimiento en un congreso extraordinario que ha hecho las funciones de forense. Y aún pueden considerarse afortunados que su muerte haya sido sólo política y no, además, biológica. Con Carromero cerca, cualquier desgracia era posible.

 Carromero se dio a conocer en un viaje a Cuba cuando era un desconocido líder de Nuevas Generaciones, es decir, cuando era un niño pijo destinado a escalar en el PP, así le fue al partido con los niños pijos al frente. Tan hábil era ya en su tierna juventud, que se propuso ayudar al disidente cubano Oswaldo Payà, y poco después de conocerle le liquidó en un accidente de coche. Visto y no visto. Ni los servicios secretos cubanos habrían sido capaces de realizar un trabajo tan limpio.

 Fidel Castro debió de quedar gratamente sorprendido del enviado de Aznar, él que en los muchos años que soportaba a Payà, había sido incapaz de atentar contra su vida. El bueno de Fidel debió de dudar entre sí encerrar en la cárcel al -como lo llaman allí- comemielda español o premiarlo con una semana en Varadero, todo incluido, también las mulatas. Optó por el más barato y lo cerró, sabiendo que gestiones diplomáticas le devolverían a España a los pocos días. Quedarse con Carromero en Cuba era un riesgo de que el viejo caimán no estaba dispuesto a correr, que en una isla apenas hay escapatoria. Uno no se fuga de decenas de atentados, para luego tentar a la suerte manteniendo cerca a Carromero. 

 Poco podía esperar Oswaldo Payà a que el chico que llegó con la promesa de conseguirle un pasaporte, en realidad acabaría dándole pasaporte. Imagino al viejo disidente, contento cuando supo que llegaba a Cuba un político español dispuesto a escucharle. La ilusión le duraría hasta el momento en que entró Carromero por la puerta, porque si una virtud tiene nuestro hombre es que no engaña: cualquiera deduce de su aspecto que no se encuentra delante de alguien muy espabilado, impresión de que se confirma cuando abre la boca. Ignoro qué impulsaría a Payá a no despacharle con cualquier excusa, y menos aún qué le llevaría a montar en un automóvil conducido por él. Quizá fue el desprecio por la propia vida, quizás pensó que años de castrismo le convertían en invulnerable. Tal vez, simplemente, estaba harto de vivir.

 Hubo un tiempo en el que viajar a Cuba era un ritual de iniciación que debía llevar a cabo cualquier aspirante a vivir de la política. De la política de derechas, se entiende. La mayoría se contentaba con viajar hasta la isla del Caribe, disfrutar del ron, la música y el sexo, y el último día, justo antes del viaje de regreso, desplegar en algún lugar concurrido por la policía una pancarta contra el régimen, lo que les servía para ser detenidos unos minutos y contarlo después en la prensa española. Era una medalla para incluir en el currículo del buen neoconservador, una garantía de por vida, una foto para enseñar a las visitas. Los más afortunados eran expulsados ​​de Cuba, lo que suponía un plus a la hora de atrapar sitio en una lista electoral. Carromero quiso ir más allá entrevistándose con un disidente, con tan mala fortuna que lo único que terminó en el más allá fue precisamente el disidente. Y digo mala fortuna porque se quedó sin foto que enseñar en las visitas. O esto quiero suponer.

 Su versión de los hechos fue que el vehículo fue embestido por la policía secreta cubana, para asesinar al histórico disidente. Una jamesbondiana versión que, traducida, significa que a pesar de tener a tiro a Oswaldo Payà todos los días durante años, la inteligencia cubana había esperado a que Carromero lo llevara en coche, para liquidarle ante testigos. Creo que ya he dicho que su aspecto casa con su inteligencia.

 A pesar de todo ello, aunque después se supo que a España le había sido retirado con anterioridad a estos hechos el permiso de conducir, a pesar del conflicto diplomático provocado, ya pesar de las dificultades que hubo que salvar para que no permaneciera años en una cárcel cubana por homicidio imprudente, cuando terminó de cumplir una parte de la condena en España, se reincorporó a su trabajo en el Ayuntamiento de Madrid, donde acabó ejerciendo de director general de Alcaldía. Lo que culminó de la única manera que podía culminar: con la muerte política de toda la dirección del PP y casi del propio partido, esta vez sin necesidad de ponerse al volante. ¿A quién se le ocurrió darle trabajo, a menos que fuera de chófer de la oposición?"                        (Albert Soler, Diari de Girona, 11/04/22)

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