"Escribo desde Madrid, donde he llegado en busca de Villarejo. No es fácil encontrarlo, es un tipo que a veces lleva un parche en el ojo derecho, a veces en la izquierda -no me hagan caso, quizás no me fijo bien-, ya veces aparece sin parche, como si fuese un pirata que no acaba de encontrarse a sí mismo.
A Villarejo le quieren otorgar los lacistas la Cruz de Sant Jordi, porque no tenían dónde caer muertos y gracias a él de nuevo pueden echarle al estado la culpa de algo, de lo que sea, que es la única salida que les queda, no para conseguir nada pero sí al menos por seguir cobrando, que de eso y no de otra cosa iba el proceso. Da igual que nos robe o que nos mate, el caso es que España es culpable, como lo era Rusia para el falangismo.
Villarejo dice guardar informes de todo tipo. Un espía no es alguien que guarda informes, sino alguien que dice que los guarda, y en eso Villarejo es lo mejor. Es como el chiste de Eugenio, el del hombre de 90 años que le pide al doctor una fórmula para hacer el amor a diario, y cuando éste le responde que a sus años esto es imposible, el abuelo le asegura que un amigo suyo, de su misma edad, dice que lo hace todos los días. «Ah, pues dígalo usted, también», le aconseja el buen doctor.
-Verá, a nosotros nos interesaría tener nuestra propia teoría de la conspiración, para echarle las culpas al estado español de algún fallecimiento, ya que no los conseguimos durante el referéndum.
-Ah, pues digan que el CNI estuvo detrás de los atentados islamistas- los receta el doctor Villarejo, sin levantar apenas la vista del cocido que está enganchando.
Villarejo igual dice tener informes contra la monarquía que a favor, igual asegura tenerlos sobre la guerra sucia que negándola, lo que confirma su alta categoría como espía. Se conoce cuando un espía es bueno porque nunca sabemos a qué carta está jugando, y se conoce que es excelente cuando ni siquiera lo sabe él.
Para los lacistas, Villarejo es un gran activo, ya que les permite fiarse de él cuando así les conviene, y tratarle de mentiroso cuando no interesa lo que revela, algo de lo que se llama tener un espía en la carta. A los lacistas, que por algo el lacismo es cuestión de fe, les da igual la verdad o la mentira, siempre que sirva a sus intereses, de ahí que con Villarejo sean hechos el uno por los demás. Del «hay que investigar lo que dice Villarejo» al «no hay que hacer caso a Villarejo, que miente más que habla» hay apenas un paso, y darlo depende de si lo que ha dicho hoy nos beneficia o nos perjudica. Mañana, Dios dirá.
Esto, que en España vale para todos, cobra especial significado en Cataluña, donde el lacismo lleva años esperando a un muerto para atribuir al pérfido estado español, al menos un tullido, pero un tullido con más credibilidad que aquella señora que aseguraba que la policía le había roto todos los dedos de las manos y le había tocado un pecho, o al revés, qué sé yo." (Albert Soler, Diari de Girona, 14/01/22)
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