"El surrealismo se apoderó entre los días 24 y 27 de septiembre de las
sedes judiciales de Puertollano y Badajoz a cuenta de la disputa
conyugal de una pareja de jueces de dichas demarcaciones. La pareja
batalla con ahínco por la custodia de sus hijos, de 4 y 6 años. (...)
El lío empezó el 24 de septiembre, cuando arribó a Puertollano un auto
procedente del Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Badajoz. Esther
había puesto una denuncia a Luis José el 2 de septiembre pidiendo que le
alejaran de ella y reclamando la custodia de los niños.
Una colega suya
de Badajoz estimó su denuncia por maltrato y ordenó la entrega de los
menores a la madre, entre otras duras medidas. Y dio orden a la policía
para que se cumpliese su decisión. Aunque, al ser partidos judiciales
distintos, si hay pegas la ejecución corresponde a los juzgados de la
zona donde hay que cumplimentar el auto. La llegada del auto a
Puertollano desató el esperpento.
Luis José y Esther, con alguna reconciliación frustrada, llevaban
separados de hecho (es en lo único que ambos coinciden) desde enero.
Desde entonces se repartían el cuidado de los niños, que tenían el
domicilio y el colegio en Puertollano. El 30 de agosto ella se los llevó
a él Puertollano merced a un pacto.
Ese día las cosas se les fueron de
las manos. Y hubo un agrio diálogo. Luis José acababa de recibir un
informe que había encargado a un detective (le costó 15.000 euros)
porque, de cara al círculo de amistades de ambos, seguían como pareja. (...)
Los detectives confirmaron sus sospechas: que Esther tenía “una nueva
pareja afectiva”. Él también tenía otra, una funcionaria del juzgado.
Pero el informe desvelaba más cosas: que Esther, como juez mercantil de
Badajoz, había designado como gestor en quiebras de empresas a su nueva
pareja, un abogado de Badajoz de la familia de los Díaz Ambrona.
Lo que,
según Luis José, puede constituir “una infracción legal”. Y él no
quería verse salpicado. Tras la agria discusión, Luis José denunció en
la policía el asunto de las quiebras (está en manos del Juzgado de
Instrucción 4 de Badajoz). Ella le dijo que no le preocupaba ese asunto
porque no había cometido ninguna irregularidad.
Aún así, tres días
después, le denunció por maltrato familiar. Asegura que lo hizo porque
sintió miedo. “Ese día me habló de que había una mafia que me seguía, y
que él podría quitármela de encima si volvía con él: luego supe que eran
detectives que me seguían”, cuenta Esther a EL PAÍS.
Su denuncia fue
desestimada por la juez sustituta de violencia de género de Badajoz,
Susana Amador. Esther recurrió en reforma y la juez titular, Samantha
Reynolds, al reincorporarse de sus vacaciones, le dio la razón.
Y envió
el auto a Puertollano ordenando la entrega de los niños.
Luis José era el juez de guardia de Puertollano. Le tocaba toda la
semana. Y, por tanto, quien debía ejecutar esa decisión. Y lo veía muy
injusto.
Porque la juez Reynolds revocaba el dictado por la juez Amador solo 17
días antes. Y porque Reynolds es esposa del juez decano de Badajoz
quien, a su vez, es primo segundo de la nueva pareja afectiva de Esther.
Al llegar el auto, Luis José se agarró a que, para ejecutarlo, faltaba
el preceptivo requerimiento.
Es decir, dónde y cómo debía producirse la
entrega de los niños. Fueron horas de alta tensión, y con profusión de
faxes entre ambas sedes judiciales. “Faxes que eran muy analizados en el
destino y que pasaban horas antes de ser contestados”, según cuenta un
magistrado de Badajoz.
Luis José delegó la guardia en un compañero y se marchó de Puertollano
con los niños. Supo que su expareja, y la madre de esta, se habían
desplazado a la ciudad y exigían la entrega de los niños. Los agentes
policiales de Puertollano no sabían de qué perfil ponerse. Ni a quién
obedecer, como ha descrito el comisario en un informe a sus superiores.
Y
el embrollo engordó. No saber dónde estaban sus hijos desesperó a la
madre. “Eran las cuatro de la madrugada y me sentía angustiada, pensando
si les había ocurrido algo”, explica Esther. Ni la policía ni nadie
sabía nada, y si lo sabían no lo decían. “Hay que cumplir el auto”,
sostenía por fax e incluso por teléfono la juez de Badajoz.
“Falta el
requerimiento”, respondían desde Puertollano. La madre presentó sobre la
marcha otra denuncia por sustracción de menores, y exigió al juez
sustituto que dictase la búsqueda y localización de su expareja.
Disuadido telefónicamente por uno de sus colegas (justo tras llegar el
requerimiento), Luis José se disciplinó, según conocedores de las
conversaciones.
Y la denuncia por la sustracción se archivó. Llegó el
fiscal al juzgado y se pactó la entrega de los niños. El propio juez
sustituto y la secretaria judicial entregaron personalmente los niños a
la madre. “La policía me comentó que debía salir de allí cuanto antes
porque mi expareja podía retomar la guardia, y si les ordenaba detenerme
no tendrían más remedio que hacerlo”, comenta Esther.
Luis José tiene recurrido el auto de la juez Reynolds, que da la
custodia de los menores a Esther y le prohíbe acercarse a ella en un
radio de 500 metros. Lo ve injusto porque él no ha hecho nada a su
expareja, como dictaminó la juez Amador, que hizo un llamamiento a ambos
para “calmar los ánimos” y para que fueran a un juzgado civil normal
(no de violencia de género) a resolver la ruptura.
“No está claro que
haya ocurrido maltrato psicológico en el modo en que se pretende
justificar por la denunciante (...)”. Luis José sostiene que la denuncia
de su pareja, 13 años viviendo juntos, es “una venganza” por haber
denunciado él, el 30 de agosto, el supuesto favoritismo de ella hacia su
pareja afectiva. A Esther, en cambio, tampoco le gustó el auto de la
juez Amador: “Lo dictó sin practicar ninguna prueba y contra el criterio
del fiscal”.
Y sostiene que su expareja y la juez Amador “eran amigos
en la escuela judicial”. “Eso es mentira”, replica Luis José. “Los tres
nos conocíamos en la escuela judicial y yo no tengo ninguna amistad
especial con ella. En todo caso, ese sería un dato subjetivo”, razona.
El dato objetivo, dice, es el parentesco de la juez Reynolds con la
actual pareja de Esther. La prueba consistió en los testimonios de “un
hermano y del médico de Esther”, refuta Luis José, “mientras que a mí se
me denegaron las que pedí: el testimonio de magistrados que nos conocen
a ambos y que saben que ella ha tenido problemas”. Esther discrepa: “Mi
psicoanalista también le conoce a él y declaró que tiene un trastorno
compulsivo”.
Ni Esther ni Luis José se ponen de acuerdo en quién ha sido el
primero en querer separarse del otro. Luis José ha aportado a las
diligencias “75 folios llenos de mensajes” de Esther. Y ella dice
disponer “de cientos de whatsApps” de él. Tras la tensión
vivida, Luis José se ha dado de baja. Y prepara su defensa y al menos
tres querellas contra jueces de Badajoz.
De lo que está sucediendo entre
ellos ya tienen conocimiento el Consejo del Poder Judicial y el
Tribunal Superior de Extremadura. Mientras, en Puertollano y Badajoz
rezan para que el vendaval pase pronto. “¡Estos van a acabar igual que
en La Guerra de los Rose, iguaaaal!”, vaticina una alta autoridad judicial extremeña." (El País, 06/10/2013)
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