"Desde ayer al mediodía, un joven identificado como Andrés M. estuvo
paseándose por los alrededores del Congreso de los Diputados agitando
los brazos con desesperación y cogiendo aire al grito de “Ah… ah…”
mientras echaba la cabeza hacia atrás y se convulsionaba por los
escalofríos. “Iba corriendo de un lado a otro apuntando con su nariz a
todos los viandantes, amenazando con estornudar en cualquier momento”,
comenta uno de los testigos que puso sobre alerta a las autoridades.
La situación se consideró de extrema fragilidad, dado que “tantísimas
horas de preparación podrían haber provocado un estornudo de
considerables dimensiones, con una potencia de fuego ciertamente
alarmante”.
La proximidad al Congreso hacía temer, además, que el
estornudo alcanzara a algunos diputados o incluso a la Constitución,
impregnando de mocos las bases mismas de la democracia española.
Con la intención de liberar a Andrés de ese interminable estornudo y
de evitar que el incidente pasara a mayores, diversos policías se
acercaron en vano para razonar con el joven y le ofrecieron un pañuelo
para que accediera, por voluntad propia, a sonarse la nariz y reducir de
este modo al estornudo.
Finalmente, y después de que el Gobierno diera orden de “blindar el
Congreso ante cualquier hostilidad”, acudieron varias lecheras de
antidisturbios que rodearon y aislaron a Andrés.
Posteriormente, fueron
necesarios hasta once agentes que, por turnos, fueron sujetando la nariz
del joven hasta que las convulsiones parecieron remitir y respiró con
normalidad.
A las 22:41, Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno, informó a la
prensa de que finalmente la policía había logrado que el estornudo se
replegara hacia el interior del joven, quien se fue a casa agradeciendo a
los agentes que le libraran “de un tormento que parecía inacabable, un
mal superior a mí que no podía controlar y pugnaba por salir con la
intención de hacer mucho daño”. (El Mundo today, 25/09/2012)
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