7/4/11

"El anuncio hecho por una página web del reparto gratuito de dinero en el centro de París degeneró en un motín urbano"

"Todo comienza con una empresa de comercio on-line a la que se le ocurre la absurda idea, mal copiada de una similar que funcionó más o menos bien en Estados Unidos, de "repartir billetes en pleno París".

A continuación, entran en escena las autoridades, que, haciendo gala de una negligencia casi tan condenable como la de los aprendices de brujo que lo desencadenaron todo, autorizan sin autorizar, pero autorizando, antes de prohibirla, una operación que cualquiera con un poco de sentido común habría parado en el acto.

Finalmente, el mismo Descroix-Vernier se pone al timón, anula la operación, dona a la beneficencia la suma íntegra de dinero que no ha podido ser repartido y entona un mea culpa (BFM radio, 18 de noviembre) que ya me gustaría escuchar de todos los personajes públicos que, como él, alguna vez cometen -y cito sus palabras- un "error colosal". (...)

La primera, sobre Internet, que, una vez más, demuestra que -como todo y, en particular, como la prensa tradicional- puede ser la mejor y la peor de las cosas: (...) la peor cuando reúne en pleno París, y merced a un rumor que circula de boca en boca, a 7.000 primos y vándalos, atraídos por la promesa de un dinero caído del cielo.

La segunda, sobre la monumental hipocresía que revela, si se piensa bien, la secuencia en su conjunto: al fin y al cabo, era un escándalo anunciado; se había hecho público con varios días de antelación y en todas las páginas web de Francia; la mayoría de los que ahora sermonean a las ovejas negras del dinero fácil estaban informados y no pusieron objeción alguna; es decir, que si la operación hubiese tenido éxito, seguramente, la habrían encontrado fun o moderna.

¿Cómo no concluir que el veneno del dinero sin reglas está tan arraigado en el conjunto del cuerpo social que si esta operación, esencialmente chocante, de pronto se considera indecente, es sólo porque ha salido mal?

Y, finalmente, la tercera enseñanza nos la proporcionan esas bandas de enmascarados que vinieron a mezclarse con la multitud y a sembrar el terror a golpe de machete: los de los guetos, dicen, hace ya años, aquellos que hubieran debido ver y oír y siguen ciegos y sordos; los de los guetos, siempre los de los guetos, se tranquilizan esos pánfilos que contaban, no se sabe bien por qué, con la providencia para que los vándalos se quedasen en sus casas como buenos chicos.

Pues no, nada de guetos.

Hace falta bien poca cosa para que los suburbios invadan los barrios altos. Basta con una palabra, con una chispa, para que los "enemigos públicos" (Nietzsche) descubran lo fácil que es salir de esos guetos que no lo son y que nada, absolutamente nada, les impide aventurarse, si así lo desean, hasta el centro de las ciudades.(...)

Pero ¿qué nos impide ver en este caso un precioso reflejo, una radiografía, de los callejones sin salida y del malestar de la civilización democrática en general y francesa en particular?" (El País, 29/11/2009. BERNARD-HENRY LÉVY: Nietzsche y los enemigos públicos)

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