"El humor
y la desgracia: en alguna ocasión van de la mano. En primer lugar, es
un axioma del género (“humor es tragedia más tiempo”) y también una
circunstancia biográfica que se repite en algunos de sus mayores
representes. Mundialmente podemos referirnos a los tristes avatares de
cómicos como Robin Williams (se suicidó), Joan Rivers (su marido se
suicidó y ella lo intentó) o John Belushi y Chris Farley (fallecieron
por sobredosis).
En España también hay ejemplos: Lina Morgan perdió a su
hermano y mostró un carácter retraído y solitario hasta su muerte en
2015, y Millán Salcedo nos hablaba hace pocos meses de la pérdida de su padre cuando era muy joven.
Este último elemento, el del padre ausente, lo une directamente con el que es probablemente el cómico más querido y recordado de nuestra historia, Miguel Gila
(Madrid, 1919- Barcelona, 2001). La muerte de su padre se produjo tan
temprano que él ni siquiera llegó a conocerlo. Y fue de un modo tráfico
que, sin embargo, él mismo fue capaz de contar con cierta sorna en sus
memorias. Ese extracto está ahora recogido en El libro de Gila, una antología de su obra y vida recopilada y editada por Blackie Books.
En ese fragmento, Gila cuenta que al mes de estar
casados “el que iba a ser mi padre” y su madre, el padre (que también se
llamaba Miguel) recibió una bofetada de un sargento y, como respuesta,
este le propinó un puñetazo en la boca, con tan mala suerte que el
superior acabó cayéndose por una escalera y fracturándose un brazo y
varias costillas. Ante las seguras represalias, el padre de Gila huyó.
Se fue a la estación madrileña de Atocha y viajó como polizón hasta
Barcelona. En Madrid estaba buscado “por agresión a un superior y por
prófugo”.
Así fue como el señor Gila (sénior) acabó viviendo en
Barcelona. Allí se mudó también su madre. Cuenta a continuación el
cómico que un domingo, estando ya su madre (Jesusa) embarazada de él, su
padre pescaba en el rompeolas de Barcelona con unos amigos cuando una
ola muy fuerte lo arrastró y golpeó contra las rocas. “Los esfuerzos y
los gestos que hacía para mantenerse a flote provocaron la risa de todos
sus amigos, pero las carcajadas se apagaron cuando, después de
aferrarse a las rocas y salir, vieron el gesto de dolor que se reflejaba
en el rostro de su compañero”.
Con los días, alrededor de la zona del golpe, en un
costado, al padre de Gila empezaron a salirle manchas rojas. Pensó que
eran picaduras de pulgas. Con los días, se fueron haciendo más grandes y
tomando “un color violáceo”, acompaña de “un fuerte escozor interno
allí donde había sufrido el golpe, como un fuego”.
“Aquello se agravó y el que iba a ser mi
padre sufrió un derrame interior o una gangrena, nunca quedó claro”,
remata Gila. Detalla, también, que como en el Hospital Clínico al que lo
llevaron en tranvía no había camas, murió “sentado en una silla […] con
los ojos muy abiertos, como si el asombro de morir con 22 años le
hubiera provocado una hipnosis para la eternidad”.
La madre de Gila se quedó viuda con 19 años. Se fue a
vivir a Madrid con los abuelos paternos de Gila. En esa casa nació el
futuro humorista. Cuando la madre cumplió 20 años, conoció a un hombre y
se casó con él. Los abuelos paternos de Gila, de solo dos años
entonces, pidieron a la madre que el pequeño se quedara a vivir con
ellos. La madre accedió y se fue a vivir con su nuevo marido, con el que
tuvo hijos.
Finalmente, Gila se quedó a vivir con sus abuelos
paternos, a los que siempre llamó "papá y mamá". Cuando su verdadera
madre iba a verle, Gila la llamaba por su nombre, "Jesusa". La madre le
espetaba: "Yo no soy Jesusa, yo soy mamá". Y el pequeño Gila le
respondía: "No, no. Tú te llamas Jesusa". Para él su "mamá" siempre fue
su abuela." (Óscar Tévez, El País, 22/07/19)
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