"Un amigo me envía una nota periodística
sobre las declaraciones de un diputado conservador del Reino Unido en
las que propone esterilizar a los desempleados para que dejen de cobrar
ayudas por hijos.
El tipo, un tal Ben Bradley, asegura que “Hay cientos
de familias en el Reino Unido que ganan más de 60.000 libras en
beneficios sin mover un dedo porque tienen tantos hijos (¡y para el
resto de nosotros ese es un salario de más de 90.000 libras antes de
impuestos!)”. Este simpático pimpollo tiene solamente 28 años.
Parece
algo horrible y desvergonzado. Pero hay precedentes espectaculares mucho
más sonados. La nota enviada por mi amigo me recordó un artículo
escrito para Sin Permiso hace casi 8 años al que voy a desempolvar un poco.
Situémonos en los años 30 del siglo pasado. Se discutía por entonces
en EEUU la conveniencia del subsidio de desempleo. Se acabó implantando
en el año 1935, bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, este
subsidio.
Hubo grandes debates, antes y después de promulgada la ley,
entre políticos, economistas, intelectuales, periodistas y población en
general. No ha pasado ni un siglo entero, pero se emitían declaraciones
del siguiente tono sobre lo que supondría este subsidio:
“La dominación
definitiva del socialismo sobre la vida y la industria” (Asociación
Nacional de Fabricantes); “Destruirá la iniciativa, desalentando el
ahorro y ahogando la responsabilidad individual” (James L. Donnelly, de
la Asociación de Fabricantes de Illinois); “En un momento u otro, traerá
consigo, ineluctablemente, el final del capitalismo privado” (Charles
Denby, Jr., de la Asociación Americana de Abogados).
Pero lo
interesante viene ahora. Se trata de Thomas Nixon Carver, uno de mis
favoritos carcamales históricos. Este fenómeno fue catedrático de
política económica en la Universidad de Harvard entre 1902 y 1935.
También ostentó el cargo de presidente de la acreditada American
Economic Association (una vieja institución que ha sido presidida a lo
largo de su historia por economistas tan prestigiosos como Kenneth
Arrow, Amartya Sen, Wassily Leontief, James Tobin o John Kenneth
Galbraith, entre otros).
Thomas Nixon Carver vivió casi cien años
(1865-1961) y, entre otras grandes proezas de su vida académica, debe
mencionarse que formó parte del primer grupo de economistas que asesoró
profesionalmente al Partido Republicano.
Thomas Nixon Carver
defendió en numerosas ocasiones la siguiente propuesta para combatir el
paro y la pobreza: la esterilización de los “palmariamente ineptos”. Con
esta medida, al estilo del jovenzuelo Bradley, el economista de Harvard
defendía que este grupo de “ineptos” no perpetuaría su estirpe.
Por
“palmariamente ineptos” Thomas Nixon Carver se refería a todas aquellas
personas que no lograban alcanzar un ingreso anual de 1.800 dólares. En
los años 30, ese criterio abarcaba aproximadamente al 50% de la
población de los EEUU, es decir, a unos 60 millones de personas.
¡Caramba! 60 millones. Y crearía muchos puestos de trabajo. ¿Cómo?
Imaginemos los “puestos de trabajo” para los esterilizadores que
representaría poner en práctica esta impresionante castratio plebis.
Sea dicho al margen: habría extirpado buena parte del acervo génico de los EEUU.
Thomas
Nixon Carver era partidario del ideario legado principalmente por
Herbert Spencer (no por Charles Darwin) que, mucho después de su muerte,
en 1903, fue conocido por “darwinismo social”.
El darwinismo social
sigue disfrutando de muchos seguidores hoy. Según esta concepción, los
ricos, los opulentos, los bienhabientes, no debían albergar la menor
mala conciencia por su existencia social materialmente privilegiada; era
consecuencia de su propia excelencia natural. Cualquier intento de
mitigar el sufrimiento de la población trabajadora y pobre
(republicanamente, es odioso tener que recordarlo, pobre es quien no
tiene la existencia material garantizada) tendría consecuencias nefastas
para el conjunto de la sociedad.
El darwinismo social, en sus
múltiples variantes, se ha mostrado extremadamente eficaz, habida cuenta
de su persistente y dilatada influencia.
Buscar la forma de culpar de
su situación a los propios pobres, a los parados, a los despedidos, a
los estafados, a los oprimidos: en tan extraordinario ejercicio
intelectual se entretienen, hoy como ayer, mentes romas y mentes
brillantes, la soldadesca mercenaria y los oficiales de varia graduación
del ejército de peritos en legitimación de lo existente compuesto de
tertulianos, gacetilleros, editorialistas de medios respetables y menos
respetables, profesorcillos de medio pelo, renegados infatuados de
serlo, conversos que, transportados por los vientos del momento, ignoran
serlo, conversos que, amigos de los caprichos de Eolo, fingen sólo
ignorar serlo, engreídos literati que saben las cosas a medias,
politicastros corruptos que se las saben todas y, faltaría más,
olímpicos señores catedráticos de Harvard o de donde haga falta. (...)" (Daniel Raventós, Sin Permiso, 21/01/18)
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