"Los independentistas catalanes han picado en el anzuelo. El periodista José García Domínguez ha emulado el discurso del recién investido presidente de la Generalitat de Cataluña, Quim Torra, en uno de sus artículos xenófobos previos a acceder al cargo.
Torra, que ha sido señalado en los últimos días por tuits y comentarios supremacistas,
pidió disculpas este lunes durante su discurso de investidura "por si
alguien se ha sentido ofendido". Pero Domínguez decidió ir más allá y
hacer probar su propia medicina al sector separatista catalán. El
periodista publicó este domingo un artículo de opinión en el medio Libertad Digital del que se ha hecho eco todo el mundo.
El ejercicio de ironía ha sido destapado este martes, 36 horas más tarde, cuando más de uno ha caído en la trampa.
Muchos políticos catalanes separatistas han condenado duramente las
palabras del periodista al que han tildado de "asqueroso", mientras
otros han preguntado si es punible ante la justicia.
Mismo discurso, diferentes palabras
Lo curioso del caso es que Domínguez escribió el artículo
utilizando frases de Quim Torra, completadas con otras de políticos
filofascistas o nacionalistas radicales como Daniel Cardona, Heribert
Barrera e incluso el propio Jordi Pujol. (...)
Reacción de los nacionalistas
Ante dicho texto, al que sobran los calificativos, activistas nacionalistas de primera fila han criticado duramente lo que el president y sus ideólogos de referencia publicaron sobre los españoles.
A través de Twitter,
políticos como Núria de Gispert, Toni Albà, Guillem Alsina o Albert
Castellón condenaron las palabras del periodista, tuits que fueron
eliminados horas más tarde tras descubrirse la farsa.
"Si algo se puede afirmar ya con certeza
indubitada tras todo lo oído en la primera sesión de investidura de ese
Torra de la triste estampa es que el hombre y la mujer catalanes
resultan ser criaturas poco hechas y anárquicas.
Nada extraño si se
repara en la desoladora evidencia de que los catalanes y las catalanas
llevan cientos de años viviendo en un estado de triste miseria cultural,
mental, espiritual y, sobre todo, lingüística. Es cierto, sí, que a
menudo catalanes y catalanas dan pruebas de una excelente madera humana,
pero procede admitir no obstante que, tanto ellos como ellas,
constituyen la muestra de menor valor social y espiritual de España.
Si
por la fuerza del número llegasen algún día a dominarla, destruirían
España. Y difícilmente podría ser de otro modo teniendo en cuenta que,
tal como la ciencia ha acreditado sin lugar a dudas, el ADN de los catalanes está muy cerca del de los magrebíes y africanos,
a diferencia del resto de los españoles, prácticamente indistinguible
este último del tan característico en germanos, suecos, daneses y
noruegos.
Así las cosas, nadie debería escandalizarse a estas alturas de que el cociente intelectual de los catalanes y las catalanas, al igual que ocurre con el de los negros y las negras en Estados Unidos en relación al de los blancos y las blancas, sea muy inferior
al característico del resto de los habitantes de la Península Ibérica.
No pretendo, entiéndaseme bien, que un país haya de tener una
distribución genética pura.
Pero hay una distribución genética en la
población del resto de España que estadísticamente es diferente a la de
las poblaciones subsaharianas y a la de los catalanes y catalanas. Y de
ahí que tantas madres españolas teman con una comprensible mezcla de
horror y pánico que sus hijos puedan confraternizar con niños catalanes
en sus juegos infantiles.
Algo, esa promiscuidad casual con los retoños
de la raza inferior, que provocaría traumáticos lloros en los pobres
chiquillos castellanohablantes sometidos al insano roce con la lengua de
Pompeyo Fabra. Qué le vamos a hacer si, tal como acredita el
conocimiento cabal de la Historia, en las venas de los catalanes y las
catalanas impera aún hoy la sangre árabe y africana que las frecuentes
invasiones de los pueblos del sur les han inoculado.
Transfusión crónica
que se revela de modo palmario en su manera de ser, de pensar, de
sentir, de hablar en ese privativa jerigonza suya, y en todas las
manifestaciones de su vida pública y privada.
Por eso pasa lo que pasa. Porque no hay derecho a que, mientras un
agricultor andaluz no puede coger alguna fruta porque no le sale a
cuenta, en muchas comarcas de la Cataluña interior, con la contribución
del resto de España, reciban ayudas públicas para que se pasen el resto
del día en el bar de su pueblo.
He ahí la razón última, por cierto, de
que tantas voces sensatas y respetables dentro de la buena sociedad
española reclamen a los terroristas suicidas del Estado Islámico que se
fijen bien en el mapa cuando maquinen cometer alguna carnicería dentro
de la Península Ibérica.
Pues, como es lógico, desean que todos los
muertos, huérfanos y mutilados por ese tipo de crímenes sean, sin
excepción, catalanes y catalanas de pura cepa. A fin de cuentas, si
algún catalán o catalana quiere librarse de ese riesgo potencial,
pongamos por caso la ilustre expresidenta del Parlament Núria de
Gispert, con irse a vivir a Cádiz tendría el problema resuelto.
Seamos
claros. La gran desgracia, nuestra suprema desgracia nacional, es que
los catalanes y las catalanas son como la energía, no desaparecen de una
vez y para siempre como tantos deseamos en la intimidad, sino que se
transforman. Ah, la sucia y maloliente inmundicia catalana,
esa que el resto de los españoles hemos de soportar cuando nos
desplazamos en nuestros coches particulares y, a diferencia de esos
parásitos comedores de cebollas con babero, nos lo pagamos todo de
nuestro esquilmado bolsillo.
En fin, fuera bromas. Señoras y señores, si
seguimos tal que así algunos años más corremos el riesgo cierto de
acabar tan tronados como esa raza infecta. Dicho queda. Nihil novum sub sole." (José García Dominguez, Libertad Digital, 13/05/18)
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