Alberto Fernández Díaz logra colgar la bandera en el balcón. Por su
parte, el líder de Esquerra Republicana en el consistorio pide calma a
la gente que se reunía en la plaza Sant Jaume
"Una vez subí a un balcón a leer un comunicado. Me habían invitado a
hablar después de una manifestación del No a la Guerra; yo de
manifestaciones nunca fui mucho, pero soy de los que leen a gritos en la
calle las guardias de la farmacia. Aquello ocurrió en el Ayuntamiento
de Pontevedra y debajo había cientos de personas que esperaban mis
palabras.
Yo entiendo a Alfred Bosch, ¡cómo no lo voy a entender!
Mirándolos a todos abajo, como en un concierto. Comencé mi discurso con
la voz temblorosa, ejerciendo una pulsión melodramática, y acabé pegando
unos gritos que yo pensaba que si esa noche no paraban los bombardeos
ya no había nada que hacer.
Tenía detrás a un concejal murmurando
“Relax, relax” pero era algo entre los gobernantes del mundo y yo.
Cuando acabé recibí lo que me pareció un aplauso, y si no me subí a la
balaustrada y me tiré encima del público fue porque había unos
montaditos de lomo detrás, para la organización.
Yo entiendo a Alfred Bosch. El vértigo que debe de producir estar en
un balcón y pasar desapercibido. Un balcón también tiene un protocolo,
unas exigencias: hay que satisfacer al pueblo, y el pueblo está ahora
mismo en ese punto en que se deja satisfacer con gamberradas. Por eso
aún mejor que Alfred Bosch entiendo a Mas, concretamente su postura:
brazos cruzados, sonrisa condescendiente.
El nacionalismo, o las ruinas
de lo que fue en su día el nacionalismo catalán y hoy es ya la sana
independencia, se ha hecho con una sonrisa. Para ciertas misiones es tan
importante la propaganda como la sonrisa: no hay una sin la otra.
La
sonrisa de Mas en el balcón ante la estelada es la sonrisa de
Mas en el palco ante la pitada; es imposible disociarlas porque se ríe
de lo mismo: la grieta feliz que ha provocado en la sociedad y lo
conmovidos que están sus muchachos, que tanto les da sacar lo que sea en
el balcón si con eso se alimenta un poco el espíritu de la patria.
Hay algo más: ese pobre concejal del PP que, alarmado, saca la
bandera española por aquello de la legalidad, un concepto puramente vintage
ya. En ese balcón, ante esa rara afrenta de recordar que se representa a
todo el mundo, se enfada Pisarello, un hombre al que le cuesta
representarse a sí mismo, pero no hay novedades en la risa de Mas, que
observa divertido el final de la obra.
Para su proyecto es más
prioritaria la incomodidad y jaleo de una bandera que la placidez y
éxtasis de la otra. Consolidada la división, se irá a por los
montaditos." (
Manuel Jabois
, El País, 26 SEP 2015)
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