25/11/20

¿Hay que castigar la discriminación por acento? Francia se dispone a legislar sobre la 'glotofobia': la segregación por hablar de un modo diferente al estándar parisino... los de Lepe están entusiasmados y van a votar a Macron en las próximas elecciones

 "El Congreso de los Diputados vivió el año pasado un desagradable incidente relativo a los diferentes acentos en el uso oral de la lengua castellana.

 La diputada de Coalición Canaria Ana Oramas le afeó a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, su forma de hablar: “Vaya mitin, señora ministra, pero esto no son las Tres Mil Viviendas de Sevilla, de cuando usted estaba en la Junta de Andalucía”. La declaración, ofensiva por su evidente clasismo, armó un gran revuelo.

 “¿Qué quiere decir? ¿Que los barrios pobres como las Tres Mil Viviendas se merecen un tipo de tono y los barrios que no son pobres se merecen otro tipo de tono?”, replicó la ministra.

El tema de los acentos en España sigue siendo muy incómodo. Sociológicamente hablando, hay acentos considerados finos y acentos considerados groseros. Acentos serios y acentos chistosos. Acentos presentables y acentos vergonzantes. Acentos del norte y acentos del sur. Por resumirlo a las claras: hay quien considera que el acento andaluz equivale a falta de instrucción.

El caso español tiene su equivalente en casi todos los países del mundo, pero ha sido Francia el primero que ha querido abordar el tema por la vía legal. La semana pasada, el diputado Christophe Euzet, de La República En Marcha (LREM, el partido del presidente Macron), depositó en la Asamblea Nacional su proyecto de ley para introducir en el Código Penal y en el Código Laboral el delito de “discriminación por acento”. La razón principal es que hay empresas que no están dispuestas a contratar a alguien con un acento diferente al normativo, es decir, al parisino.

Lo cierto es que es casi imposible escuchar a alguien en la televisión y la radio francesas que hable con otro acento diferente al francés estándar. En España ocurre más o menos lo mismo. “¿Con el acento andaluz qué vas a hacer? ¿Lo vas a suavizar? ¿Lo vas a dejar?”, le preguntó Pablo Motos a Roberto Leal (natural de Alcalá de Guadaíra, Sevilla) en El Hormiguero cuando se supo que iba a ser el nuevo presentador de Pasapalabra.

Esta segregación puede darse también por omisión y de forma inconsciente, como ocurrió en el capítulo de El ministerio del tiempo en el que Diego Velázquez y Pablo Picasso charlaban amigablemente a la mesa de un café. Los dos, un sevillano y un malagueño, hablaban entre sí con perfecto acento castellano porque ¿cómo iban a hablar si no dos grandes genios del arte universal? ¿En andaluz?

Los franceses han inventado una palabra para definir ese tipo de discriminación: glottophobie, que podría castellanizarse como glotofobia. El término lo acuñó en 2016 el lingüista Philippe Blanchet, profesor de la Universidad Rennes 2, y lo definía como “el desprecio, el odio, la agresión, el rechazo o la exclusión de personas sobre el hecho de considerar incorrectas, inferiores o malas ciertas formas lingüísticas”.

Blanchet desarrolla su actividad académica en Bretaña (al noroeste) pero es natural de Marsella (al sudeste). Su conocimiento personal del tema abarca, por tanto, todo el Hexágono, de un extremo al otro. Su preocupación por los acentos nació durante su juventud, en el seno familiar, en una ciudad con un acento en francés muy marcado y en una región con su propia lengua: el provenzal. “Cuando no hablamos todos igual eso se percibe a veces como un problema, especialmente en la escuela. Allí, cuando yo era niño, nos impedían hablar nuestra lengua. Estábamos obligados a hablar exclusivamente el francés, de una cierta forma y con un cierto acento, porque consideraban que era mejor que el nuestro”, explicaba Blanchet en una entrevista con el medio bretón Le Télégramme.

Antes de tener nombre, en los años ochenta, la glotofobia era ya objeto de estudio en Estados Unidos. Allí lo que se analizaba eran las dificultades que tenían para encontrar empleo algunos trabajadores cuya lengua natal no era el inglés. Esta forma de discriminación lingüística está firmemente anclada en el marco cultural de todo Occidente. Cuando alguien, en una película estadounidense, habla con acento extranjero, ese personaje es automáticamente sospechoso. Si ese acento, además, es de origen árabe o de Europa del Este, ya no hay ningún género de dudas: se trata de un criminal.

El cine francés, en cambio, encuentra en los diferentes tipos de acento una excusa para la mofa. Hay decenas de acentos en Francia: marsellés, alsaciano, champañés, lionés, banlieusard (el hablado en los barrios periféricos)… Pero sin duda el más ridiculizado ha sido el ch’ti, hablado en la región de la Picardía y base fundamental de los chistes de Bienvenidos al norte (2008), la película nacional más taquillera en la historia de Francia (y la segunda mundial, solo por detrás de Titanic).

En el Reino Unido, un país extremadamente riguroso en la clasificación social, también existe la glotofobia. Allí el 28% de la población considera haber sido discriminado por su acento regional. Y eso sin contar a los británicos de origen indio o paquistaní, ni a los migrantes (entre ellos, unos 150.000 españoles). El acento de Liverpool es el peor valorado. Hay incluso una variedad llamada “Queen’s English”, el inglés de la Reina, que se considera la forma perfecta de hablar el idioma de Shakespeare.

El debate social que estos días se desarrolla en Francia atañe a la pertinencia o no de castigar la discriminación por acento. ¿Debe hacerse? ¿No se estará exagerando un poco? La propuesta de LREM, además, tiene un origen político. Un disparador, por decirlo así.

En octubre de 2018, el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, líder del partido La Francia Insumisa, se burló en un corrillo con la prensa del acento de Toulouse de una periodista. Empezó a imitarla y luego, haciendo un incomodísimo alarde de soberbia, le dio la espalda y dijo a los demás periodistas: “¿Hay alguien que quiera formular una pregunta en francés? ¿Más o menos comprensible?”.

 La horrible escena no fue desaprovechada por sus rivales políticos. Y con razón. La diputada de LREM Laetitia Avia, afrodescendiente además, propuso legislar sobre este tipo de comportamientos: “¿Hablamos menos francés por hacerlo con acento? ¿Debemos sufrir humillaciones si no utilizamos la entonación estándar?”.

Su propuesta se ha hecho realidad. Christophe Euzet, el encargado de presentar la ley en la Asamblea, cree que el proyecto dará más cohesión aún a la unidad nacional. “Nuestra nación, que se felicita a menudo por la gran diversidad de sus regiones, paradójicamente, observa contrariada la plana uniformidad de su expresión pública”, afirmó Euzet. “Las minorías audibles han quedado en gran parte olvidadas en el contrato social basado en la igualdad”, añadió en su exposición parlamentaria.

El acento se suma así a otros motivos de discriminación laboral en Francia susceptibles de ser sancionados: origen, sexo, raza, discapacidad, religión, embarazo, pertenencia a un sindicato, orientación sexual o apellido, un asunto, este último, especialmente delicado entre la población de origen magrebí.

Euzet, es importante señalarlo, es natural del Perpiñán, en la Catalunya Nord."                (Manuel Ligero, La Marea, 24/11/20)

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