“Este año vamos a plantar patatas”, dijo mi mujer un día en casa, y a mi me pareció una buena idea.
“Me parece una buena idea”, dije, porque yo siempre digo lo que
pienso. Y seguí filtrando mis mapas de satélite de salinidad de la
superficie del mar como si tal cosa.
Hace tiempo que a mi mujer le ronda por la cabeza hacer algo con el
huerto que tiene su familia en un pueblo cercano a nuestra casa; ya
saben que las mujeres tienen un espíritu mucho más práctico que los
hombres con esto del peak oil y el final de la civilización y del
chocolate, y mientras yo me dedico a ir por esos pueblos de Dios dando
charlas, “a salvar el mundo”, como dice ella, ella se dedica a pensar
cómo podemos hacer para salvar nuestra familia.
El caso es que yo
racionalmente apoyo tales iniciativas, pero no había dado ningún paso
para llevarlas a la práctica. Hasta este fin de semana.
Algo tenía que haberme olido, de que esta vez iba en serio, cuando
hace unas semanas entre mi suegro y mi mujer compraron un motocultor,
bien nuevecito, de estos que van con manguitos.
El viernes le oí decir
algo a mi suegro de “con dos sacos tendremos de sobras”. Eso sí, no tenía ni idea de lo que se me venía encima. Si es que a mi nadie me cuenta nada, no sea que apriete a correr…
Y eso que correr es lo que típicamente toca el sábado. El sábado empezó como otro sábado más. Corriendo a la plaza, corriendo a la piscina con la niña, corriendo a comer… pero este sábado mi mujer no estaba, había quedado con sus padres “en el huerto”. “Mira qué bien, así ellos van practicando y luego me lo cuentan.
Qué bien, ya empezamos la
transición”, pensé. No se lo dije a nadie porque estaba sólo con mi
hija, y aunque yo soy de natural sincero, ya lo hemos dicho, empezar a
explicarle según que cosas a un niño pequeño es arriesgarte a una
avalancha de más preguntas. Y eso cuando no le raja a tu cónyuge alguna
frase tuya tan inoportuna como cierta.
El caso es que después de comer (y correr para dejar la nena haciendo un paso largo, luego otro corto…) me recoge mi mujer y dice: “bueno, así puedes echarnos una mano mientras la nena acaba”.
Yo pensaba en toda la pila de trabajo que
me esperaba en el portátil (cuando más pequeño es el ordenador más
trabajo cabe adentro, es increíble) y tenía migraña y, no sé, alguna
otra excusa tenía para no hacer lo que tenía que hacer. Pero estaba
escrito: tenía una cita con “el huerto” y era para esa tarde.
Pensaba que al llegar tendrían ya medio trabajo hecho. No sé si habían hecho la mitad o no, pero lo que me quedó para mi fue bastante entretenido. Ellos habían plantado, eso sí, todo un surco con los bulbos germinados de las cebollas.
Primero tuve que pasar el motocultor en el trozo donde íbamos a plantar. Es una máquina como una carretilla con un par de ruedas en forma de esvástica que van roturando el terreno, más hondo cuanto más la clavas.
Lo primero que constaté es que no está pensada para un tío de mi estatura; para clavarla bien tenía que ir un poco encorvado. Se ve que los
transicionistas son hombres de 1,75 de altura – así que yo debo ser pos
t-transicionista. Eso intentaba, pasar de la transición, pero, de
nuevo, no coló, y ahí estuve, roturando el terreno, preparándolo para
hacer los surcos de la patata.
Mientras iba empujando el trasto (que
también pesa lo suyo) se me ocurrió que no era demasiado resilente
confiar en una máquina que utiliza gasolina, pero me dio la impresión de
que mis puntos de vista no iban a ser muy tenidos en cuenta.
Bien
mirado, teniendo en cuenta las causas del pico del diésel consumir un
poco más de gasolina tampoco está tan mal, y además la gasolina va de
coña para matar avispas (a veces se mueren sólo de olerla), que allí son
una plaga.
Según mi mujer, el mejor momento para plantar patatas en el Alt Empordà era ese fin de semana, primeros de Marzo. Según un padre del cole era a mediados de Febrero, y si la plantas después ya es demasiado tarde. Según mi cuñado, a mediados de Marzo y si la plantas antes es demasiado pronto.
Según una amiga de la familia principios de Marzo está bien.
Primera sorpresa: no hay una opinión clara, aunque todo el mundo tiene
claro que, o lo haces como te dicen o la estás cagando de manera
sublime. Y lo curioso es que todo el mundo sabe de plantar patatas, por lo menos por aquí. Para mi es curiosísimo, porque yo no tengo ni puñetera idea.
Otro tema de discrepancia fue la cuestión de si se debía plantar la patata germinada y cortada o no; incluso se polemiza sobre el número de cortes (2, 4 ó 6). Lo que sí está claro es que si plantas patatas germinadas la yema ha de estar hacia arriba, para ayudarle a la planta a formarse.
Nosotros optamos por la estrategia del antiguo arrendatario
del huerto (no me pregunten por qué), consistente en comprar patatas
pequeñas y sembrarlas sin germinar. Según me contaba mi suegro mientras
me enseñaba cómo abrir el surco siguiendo la guía de un cordel, el
antiguo arrendatario sacaba entre 18 y 20 sacos de patatas por cada saco
que plantaba.
“Una TRE de como mucho 20″, pensé yo, pero luego caí en
al cuenta de que seguramente no se debe contabilizar como patata-energía
la patata-materia prima, aunque aún no lo tengo claro. La llegada de la
azada a mi mano me sacó de tan absurdas reflexiones.
Cogí la tarea de abrir el surco con entusiasmo, pero a medio camino
(unos 25 metros) ya empezaba a cansarme. “¿Cuántas patatas
plantaremos?”, pregunté. “Sólo dos sacos de 25 Kg, para probar, para
entretenernos”, dijo mi suegro. 50 kilos de patatas.
Primera gota de
sudor frío. ¡Como los multipliquemos por 20 nos sale aquí una tonelada!
Suerte que como somos unos pardillos no sacaremos nada ni aproximado a
esa cantidad; de otro modo me veo en un tenderete de la feria comarcal de la patata este verano…
Seguí dándole a la azada, y noté como carga brazos y piernas. No es
la primera vez en mi vida que cojo una azada, pero sí que es la primera
vez que le doy tanto rato. Mientras yo avanzaba ellos iban colocando las
patatas, una cada 30 o 40 centímetros, para que las matas no se
molesten unas a otras.
Cuando ya están colocadas se vuelca con un par de
pasos de azada la tierra por encima, unos 7 centímetros, máximo 10. Mi
suegro lo resuelve con mano experta, de dos golpes cada patata; yo, al
cabo de un rato, soy capaz de hacerlo de una forma apañadita.
Me
pregunto si somos conscientes de lo poco permaculturista que es nuestra
manera de cultivar, pero de nuevo me temo que mis reflexiones no serán
valoradas en su justa medida (o, peor aún, sí).
Tras acabar el primer surco parecía que sólo habíamos usado un tercio
de uno de los dos sacos. “Aquí hay trabajo para rato”, me temí. Mala
suerte, lo tendremos que acabar otro día, que ahora hay que ir a buscar a
la niña. “Ya voy yo y la traigo aquí”, dice mi mujer. Efectivamente,
mala suerte…
En vista de que no podía huir, me decidí al fin por el combate a
fondo. Me metí con entusiasmo, sin prisas pero sin pausa, al noble arte
de abrir surcos siguiendo un cordel. Me duró el entusiasmo medio surco, y
el resto del surco iba tirando como podía.
Pero al cabo de un ratito
aparece mi hijita, emocionada porque va a plantar patatas, y yo no soy
capaz de desilusionar a mi hija, que se piensa que su padre es el más
sabio y fuerte del mundo, pobrecita. Así que me apliqué e hice otro
surco más.
Hemos acabado el primer saco de 25 kilos. Se hace de noche y
quedamos para el día siguiente. Y tras una noche movidita (por otros
motivos que no vienen al caso) al día siguiente, domingo, hice los tres
surcos que faltaban, el último de ellos con mi hija ayudándome con la
azada, es decir, que tenía que sujetarlas a ambas. Ya teníamos nuestro
primer huerto, con sus 50 kilos de patatas y sus 10 kilos de cebollas.
Ya la noche del domingo caminaba en plan Robocop, de tan cargadas que tenía piernas
y brazos. Tras bañar y dar de cenar a los niños, por fin
llegué a la cama, con el placer de poder confiar al colchón mis
doloridos miembros.
Estaba dejándome llevar por esa plácida sensación
cuando mi mujer me dijo: “Dentro de dos semanas ya podremos plantar los
tomates y después de manera escalonada las lechugas”. Es lo último que
recuerdo, no sé si me quedé dormido o me desmayé directamente.
Epílogo: Este post está dedicado a las personas que se preocupan por mi futuro, porque no dedico suficiente tiempo a preparar mi transición personal. Afortunadamente hay gente cerca de mí que ya me saben enderezar.
Me voy a la punta de la nariz de Francia unos días. A la vuelta tendremos otro post analítico.
Salu2," (MI VIDA EN B: PLANTANDO PATATAS, 06/03/2012)
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