22/7/19

La trágica muerte del padre de Gila a los 22 años y la cómica manera en que supo él contarla

"El humor y la desgracia: en alguna ocasión van de la mano. En primer lugar, es un axioma del género (“humor es tragedia más tiempo”) y también una circunstancia biográfica que se repite en algunos de sus mayores representes. Mundialmente podemos referirnos a los tristes avatares de cómicos como Robin Williams (se suicidó), Joan Rivers (su marido se suicidó y ella lo intentó) o John Belushi y Chris Farley (fallecieron por sobredosis). 

En España también hay ejemplos: Lina Morgan perdió a su hermano y mostró un carácter retraído y solitario hasta su muerte en 2015, y Millán Salcedo nos hablaba hace pocos meses de la pérdida de su padre cuando era muy joven.

Este último elemento, el del padre ausente, lo une directamente con el que es probablemente el cómico más querido y recordado de nuestra historia, Miguel Gila (Madrid, 1919- Barcelona, 2001). La muerte de su padre se produjo tan temprano que él ni siquiera llegó a conocerlo. Y fue de un modo tráfico que, sin embargo, él mismo fue capaz de contar con cierta sorna en sus memorias. Ese extracto está ahora recogido en El libro de Gila, una antología de su obra y vida recopilada y editada por Blackie Books.

En ese fragmento, Gila cuenta que al mes de estar casados “el que iba a ser mi padre” y su madre, el padre (que también se llamaba Miguel) recibió una bofetada de un sargento y, como respuesta, este le propinó un puñetazo en la boca, con tan mala suerte que el superior acabó cayéndose por una escalera y fracturándose un brazo y varias costillas. Ante las seguras represalias, el padre de Gila huyó. Se fue a la estación madrileña de Atocha y viajó como polizón hasta Barcelona. En Madrid estaba buscado “por agresión a un superior y por prófugo”.

Así fue como el señor Gila (sénior) acabó viviendo en Barcelona. Allí se mudó también su madre. Cuenta a continuación el cómico que un domingo, estando ya su madre (Jesusa) embarazada de él, su padre pescaba en el rompeolas de Barcelona con unos amigos cuando una ola muy fuerte lo arrastró y golpeó contra las rocas. “Los esfuerzos y los gestos que hacía para mantenerse a flote provocaron la risa de todos sus amigos, pero las carcajadas se apagaron cuando, después de aferrarse a las rocas y salir, vieron el gesto de dolor que se reflejaba en el rostro de su compañero”.

Con los días, alrededor de la zona del golpe, en un costado, al padre de Gila empezaron a salirle manchas rojas. Pensó que eran picaduras de pulgas. Con los días, se fueron haciendo más grandes y tomando “un color violáceo”, acompaña de “un fuerte escozor interno allí donde había sufrido el golpe, como un fuego”.

“Aquello se agravó y el que iba a ser mi padre sufrió un derrame interior o una gangrena, nunca quedó claro”, remata Gila. Detalla, también, que como en el Hospital Clínico al que lo llevaron en tranvía no había camas, murió “sentado en una silla […] con los ojos muy abiertos, como si el asombro de morir con 22 años le hubiera provocado una hipnosis para la eternidad”.

La madre de Gila se quedó viuda con 19 años. Se fue a vivir a Madrid con los abuelos paternos de Gila. En esa casa nació el futuro humorista. Cuando la madre cumplió 20 años, conoció a un hombre y se casó con él. Los abuelos paternos de Gila, de solo dos años entonces, pidieron a la madre que el pequeño se quedara a vivir con ellos. La madre accedió y se fue a vivir con su nuevo marido, con el que tuvo hijos.

Finalmente, Gila se quedó a vivir con sus abuelos paternos, a los que siempre llamó "papá y mamá". Cuando su verdadera madre iba a verle, Gila la llamaba por su nombre, "Jesusa". La madre le espetaba: "Yo no soy Jesusa, yo soy mamá". Y el pequeño Gila le respondía: "No, no. Tú te llamas Jesusa". Para él su "mamá" siempre fue su abuela."                   (Óscar Tévez, El País, 22/07/19)

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