"En octubre de 2001, apenas tres semanas después de los atentados del 11-S, el humorista Gilbert Gottfried
hizo la primera broma pública sobre los ataques a las torres gemelas.
En presencia del selecto público del club Friars, en Nueva York,
Gottfried dijo que había intentado sacar un billete de avión, pero no
había vuelos directos porque tenían que "hacer primero una parada en el Empire State Building".
La gente respondió con abucheos y gritos de "¡Demasiado pronto!"
y el humorista tuvo que cambiar precipitadamente de tema. Unos años
después, tras el destructivo tsunami de Japón en 2011, Gottfried fue
también criticado por tuitear algunos chistes sobre la tragedia. "En
Japón son realmente avanzados", escribió unas horas después del
terremoto. "Ellos no van a la playa, la playa viene a ellos".
¿Había elegido Gottfried un tema tabú, sobre el que es imposible
bromear, o es que no había esperado el tiempo suficiente para que la
gente pudiera reírse del tema? El psicólogo Peter McGraw
lleva años investigando qué es lo que diferencia una broma graciosa de
un comentario ofensivo.
Lo que demuestran sus estudios es que la máxima
establecida por Mark Twain de que "el humor es igual a tragedia más tiempo"
se cumple a menudo. Cualquier evento catastrófico, ya sea un terremoto,
una guerra o una matanza, puede terminar siendo objeto de chiste una
vez que hemos establecido suficiente distancia respecto a los hechos.
Pero, ¿cuánto tiempo?
Un equipo de la Universidad de Texas analizó los tuits después del
huracán Sandy y descubrió que la gente no consideraba divertidas las
bromas sobre la catástrofe en los siguientes 15 días, que el momento de mayor popularidad de los chistes se producía unos 36 días después
y que transcurridos 100 días volvían a perder la gracia. En un trabajo
de 2012, McGraw preguntó a varios voluntarios qué les parecía más
gracioso, si ser atropellados por un coche hacía cinco años o haber sido
atropellados el día anterior.
El 99% respondió que necesitaba el plazo más largo para encontrar algo de divertido en un evento así.
Sin embargo, cuando les hizo la misma pregunta sobre golpearse un dedo
la respuesta fue a la inversa. En otro ejercicio les contaron a los
voluntarios que una persona había donado 2.000 dólares accidentalmente
al mandar un SMS con el móvil.
Y la historia les hacía más gracia si le
sucedía a una desconocida que a una amiga, pero si se contaba el mismo
caso con una cantidad menor, de 50 dólares, la valoración era justo al revés.
La conclusión de McGraw y su equipo es que nos reímos cuando algo que nos parece una amenaza es en realidad inofensivo - como sucede con las cosquillas - y que hacemos humor de los eventos con los que podemos establecer una distancia,
ya sea geográfica, temporal o mental.
"El humor emerge de situaciones
potencialmente negativas", asegura McGraw. Esto puede parecer
contraintuitivo, añade, pero así es como funciona nuestra mente. Las mejores bromas, en su opinión, cogen algo horrible y lo convierten en estúpido. O como decía Twain, abundando en el tema, "la fuente secreta del humor no es la diversión sino el dolor".
El neurocientífico gallego Manuel Arias lleva años
estudiando la risa, las regiones que activa en el cerebro e incluso su
potencial papel como indicador de un problema. Recuerda el caso de una
paciente cuya risa fuera de lugar terminó siendo el primer síntoma de
una enfermedad neurodegenerativa. O justo al contrario, un paciente que
solía ser muy chistoso y un día dejó de hacer bromas: resultó tener una
meningitis tuberculosa.
Sobre los mecanismos del humor hay muchas
teorías, pero una de las más aceptadas es la que incide en el efecto que producen en nuestro cerebro las incongruencias. De pronto vemos algo que no tiene sentido, o que no esperábamos y el cerebro se autorecompensa generando dopamina. "La risa es un fenómeno de fallo de inhibición",
explica el doctor Arias a Next.
"Si en una comitiva fúnebre resbalan
los que llevan el muerto, se ríen desde el cura hasta el último. Somos
incapaces en ese momento de inhibir la risa". Y no hay nada más
terriblemente gracioso, apunta, que el hecho de que alguien nos prohíba
reírnos. "Como en la famosa escena de La vida de Brian", recuerda, "en
que los soldados romanos se les caen los lagrimones cuando su jefe les
habla de su amigo Pijus Magnificus".
Otra de las raíces más profundas del humor es la necesidad de conjurar nuestros miedos. Por eso el número especial de la revista The Onion sobre los atentados del 11-S
fue un completo éxito, con una noticia principal en la que los
terroristas se mostraban muy extrañados de haber terminado en el
infierno. El ventrílocuo Jeff Dunham creó poco después un espectáculo con una marioneta llamada "Achmed, el terrorista muerto", un esqueleto con turbante que pretende dar mucho miedo.
"No os riáis, que os mato", le dice Achmed a la audiencia, que se descacharra de la risa. La idea original era basar el muñeco en Bin Laden,
pero Dunham decidió suavizar el perfil. "Creo que la gente quiere oír
lo que diría un terrorista muerto", explica. "Y cuando ven que éste
terrorista concreto es un idiota incompetente con problemas en la vida,
se dan cuenta de que es humano".
El guionista José Antonio Pérez, autor del blog Mimesacojea.com, también cree que el humor tiene una función de catarsis y autodefensa. "Muchas veces la risa no es más que una forma de sublimar el estremecimiento, de manejar el terror",
explica. "Nos reímos de cosas terribles sin pretender ser crueles.
Todos lo hacemos en la intimidad; el problema es cuando alguien lo hace
en público y la broma es confundida con crueldad. Una vez ocurre eso,
poco importa lo que diga el autor del comentario jocoso".
La
investigadora Lisa Rosenberg ha estudiado el papel de
este tipo de chistes de mal gusto, inoportunos o groseros, hechos en
privado en entornos donde la gente tiene mucho estrés. En un estudio con enfermeros y médicos
de emergencias, hacer chistes negros o macabros sobre los pacientes se
mostró como una forma de relajar el estrés al que se ven sometidos estos
profesionales a diario.
"El acto de hacer humor o de contar un chiste",
asegura, "nos da un descanso mental e incrementa nuestra objetividad ante una situación de estrés desbordante".
El humor actúa aquí como una especie de mecanismo de defensa y los
médicos que más bromean son los que menos síndrome del "quemado"
presentan.
Entre el colectivo de cómicos esta lucha entre lo que se puede y no
se puede contar es constante. "Hay cosas que dices en la redacción
porque sabes que estás en zona segura, y todo el mundo sabe que es una
broma", reconoce la guionista de la cadena Fox Laura Gutin Peterson en el Jewish Journal.
"Pero si lo incluyes en el programa sería muy diferente. Yo me he
descubierto a mí misma haciendo bromas de cosas que me horrorizarían si
las viera desde fuera". Natalie Marcus es una de los
creadoras de la comedia "Que vienen los judíos" en la que se bromea con
las creencias de esta religión, una suerte de "Vaya semanita" israelí.
"No tenemos una línea roja específica", explica, pero no hacemos bromas
sobre el Holocausto, porque nosotros fuimos definitivamente las
víctimas", explica."Reírse de alguien que no se lo merece es algo que no hacemos".
En la misma línea se manifiesta José Antonio Pérez, conocido por sus
chistes con etarras. "Se puede hacer humor de cualquier cosa, sí, pero
yo no lo haría", asegura. "Nunca haría humor contra los débiles. Si
quieres bromear sobre terrorismo vasco puedes hacerlo contra ETA o
contra las víctimas. Esa opción define el discurso".
A pesar de todo, algunos cómicos como la estadounidense Sarah Silverman
se han especializado en hacer los chistes que nadie haría sobre el
escenario, sobre los mayores tabús sociales y raciales en EE.UU. "Todos
saben que el mejor momento para quedarse embarazada es cuando eres una
negra adolescente", dice en escena ante la carcajada del público.
O
insinúa que si los negros hubieran estado en la Alemania nazi el
Holocausto nunca habría sucedido. “O por lo menos no a los judíos”,
remata. Parte de estas bromas las admite el público por el hecho de que
ella es de origen judío y se entiende el código dentro del denominado
"humor autodegradante", pero las situaciones llevadas al extremo nos
despiertan la carcajada.
Un especialista en jugar al límite es el humorista Louis C.K., capaz de encarnar el papel de padre despreciable que odia a sus hijas
y que el público no pare de reír. “¿Imaginas ir con un grupo de amigos
que uno os retenga a todos porque no quiere ponerse los zapatos? Le
dirías ¡vete a la mierda!”. En un momento del monólogo C.K. relata cómo
un día fue al hospital con su hija con un ojo morado.
Ante la mirada de
sospecha del médico le plantea: “¿Crees que si yo le golpeara con este puño le haría solo eso? ¡Yo le aplastaría la cabeza!”.
La afirmación es tan bestia que el público no puede evitar la
carcajada, pero fuera de ese contexto nos parecería una afirmación
brutal.
“El público se ríe porque sabe que cuando el tipo dice
semejantes atrocidades estamos en una situación lúdica, sabemos que no hay una situación real, que el tipo no le pegó a la niña”, explica Andrés Mendiburo, doctor en psicología de la Universidad de Santiago de Chile.
Esta característica del humor como ficción es la que más preocupa a Raquel Sastre,
una de las humoristas españolas que utiliza un discurso más provocador.
Sus chistes son tan duros que a veces cortan la respiración. “Superar
la bulimia gracias al Alzheimer porque se te olvida vomitar después de
cada comida”, escribe en Twitter.
Este tipo de bromas al límite le han valido muchas críticas, pero ella
está convencida de que se puede hacer humor con cualquier cosa,
precisamente porque es ficción. “Cuando te ríes de alguien que se cae”,
explica, “no quiere decir que queramos que esa persona se haga daño o
que le vuelva a pasar.
Los chistes no son una realidad y reírse del
contenido no te convierte en defensor de dicho contenido. A nadie se nos
ocurre que Stephen King sea un asesino por las novelas que escribe".
Para Sastre el humor negro puede tener incluso un poder terapéutico,
para superar traumas o tragedias e incluso quitarte el miedo sobre
ellas. “Es duro, pero la mayoría de gente nombra a Irene Villa, Miguel
Ángel Blanco, Ortega Lara, Carrero Blanco... y pocos se acuerdan de
otras víctimas. ¿Por qué? Porque se han hecho chistes con ellos. El
humor sirve para mantener viva la memoria”.
Héctor de Miguel Martín, más conocido como Quequé,
coincide en que el humor no debe tener ningún tipo de límite. “Creo que
es una de las bases del humor”, asegura, “reírse de lo prohibido y de lo
que nos hace daño. Creo que eso es sano”. El psicólogo Andrés Mendiburo
ha estudiado el humor en distintas culturas y ha descubierto que lo de
reírse con chistes extremos es una constante.
“Existe un componente en el humor que es agresivo y que es universal”, asegura. Una de las funciones de este humor es burlarse de las cosas que son tabú en sociedad
y mantener la cohesión de los grupos, como sucedió con los presos en
Corea durante la II Guerra Mundial.
“Una forma que tenían de mantenerse
más fuertes era reírse de sus captores, burlarse en tono muy sarcástico
de ellos”, explica el Psicólogo. “En Chile, en los años 90, era muy
habitual que se dijeran muchos chistes sobre Pinochet, porque lo que
hace el humor es darte una cierta suerte de superioridad frente aquello a
lo que está atacando, es psicológicamente sano”.
Aún así, es difícil saber cuándo algo deja de ser gracioso y empieza a
ser atroz. “¿Cuál es la diferencia?”, se pregunta Mendiburo. “Nadie lo
sabe. Si yo fuera de una minoría, aunque entendiera el chiste podría no
parecerme gracioso, hay que tener cierto control sobre eso”. El asunto
es que el receptor comparta el código y que se trate de un juego cognitivo, algo que no pretende hacer daño al otro.
Y la diferencia entre un buen chiste y una agresión quizá está en la
forma. “Casi cualquier cosa puede ser objeto de humor si se tiene
talento”, resume el cómico Ángel Martín. El escritor estadounidense Shalom Auslander, criado en el seno de una familia judía ortodoxa, relataba recientemente
la experiencia de visitar un campo de concentración en Alemania por
primera vez.
A pesar de lo truculento del asunto, el escritor hace un
retrato hilarante de la situación, tan sórdida que despierta las
carcajadas de la audiencia. Auslander explica cómo al final de la visita
todo el estrés emocional se expresa en forma de risa incontenible. El
humor, resume, y en particular sobre las desgracias, es una victoria.
Él
está fuera, libre, y lee el famoso cartel de "El trabajo os hará
libres" y piensa: "bueno, los nazis se equivocaron en muchas cosas, pero
en esta particularmente: para mí, es la risa la que nos hará libres".
Referencias y más info: The Dark Psychology of Being a Good Comedian (The Atlantic) | Are there limits to humor? (Jewish Journal) | Sick Jokes, Healthy Workers (Psichology Today) | Awfully funny (Observer)" (Antonio Martínez Ron , Next, Vox populi, 30/06/2015)
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